Facebook

viernes, 29 de junio de 2012

Las pasiones y la Historia como ciencia. David Irving, Deborah Lipstadt y Eric Hobsbawn


Leer a David Irving es hacer una lectura diferente de la Segunda Guerra, o partir desde una óptica diferente. Sus libros han despertado criticas desde el mundo académico debido al revisionismo histórico que realiza sobre el periodo 1933-1945. También los intelectuales judíos lo acusan de minimizar la política llevada adelante por los nazis contra su pueblo y de ser uno de los más firmes defensores del negacionismo. Sus ejes principales de análisis son negar que el regimen nazi tuviese un plan deliberado de exterminar a los judíos. El caso de este historiador es justificar sus trabajos postulando que en Historia no hay verdades absolutas. Aquí transcribo el discurso realizado  por Eric Hobsbawn referido a la polémica entre David Irving y Deborah Lipstadt que termino en un juicio en Londres. Tomado de:


" Cuando La Pasión Ciega A La Historia




"El destacado historiador inglés Eric Hobsbawn, ex comunista de origen judío, se refiere a la fuerte polémica entre David Irving y la académica Deborah Lipstadt sobre el Holocausto. Irving perdió esta semana un juicio en Londres por este caso.

Hace unos días concluyó en un tribunal británico un caso legal muy importante para los historiadores. David Irving, autor de numerosos libros sobre la Segunda Guerra y el nacionalsocialismo, demandó por difamación a la académica estadounidense Deborah Lipstadt y a su editorial, Penguin Books. Irving sostiene que, al definirlo como mentiroso y "negador del Holocausto", la profesora Lipstadt y su editorial dañaron su credibilidad como historiador y sus posibilidades de ganarse la vida.

Irving no sólo rechazó las acusaciones que se le hicieron, sino que sostuvo que la versión acerca de los orígenes, la naturaleza y los alcances de la llamada "solución final del problema judío", enunciada por la profesora Lipstadt y otros exponentes de lo que él denomina "la industria del Holocausto", es históricamente insostenible.

A diferencia de Irving, ella, de hecho, no se basó en documentos originales, ni siquiera en un conocimiento adecuado de cómo funcionaba el sistema alemán.

Esta fue la cuestión discutida durante semanas en una sala de audiencias de la Justicia londinense. El juez todavía no se ha manifestado y naturalmente pronunciará su fallo sobre dos cuestiones que son separables, por lo menos para la ley británica:
1) si las declaraciones de la profesora Lipstadt difamaron al señor Irving y 2) si realmente
fue así, cuál es el alcance del daño que sufrió como resultado de tal difamación. La segunda consideración no nos interesa aquí pero la primera era y es una cuestión de fundamental importancia para los historiadores. Tiene que ver con la compleja relación entre la investigación histórica y la opinión política, entre el juicio histórico y el político.

Porque esta no es una controversia de pura erudición, ni para el señor Irving ni para la profesora Lipstadt ni para quienes comparten sus opiniones. Al contrario, ambos están apasionadamente empeñados en sostener sus respectivos puntos de vista sobre bases no académicas.

Es cierto que realmente son pocos los historiadores que comparten las opiniones políticas representadas por David Irving. El no hace ningún esfuerzo por ocultar sus simpatías por el nacionalsocialismo alemán, por la extrema derecha de la posguerra y su antisemitismo.

Además, instintivamente, muchos de nosotros estamos de parte de Deborah Lipstadt porque es imposible no horrorizarse ante lo que les sucedió a los judíos en Auschwitz y en otras partes. Por eso es necesario, para los simpatizantes nazis, tratar de negar directamente que haya ocurrido. No obstante, es claro que también las opiniones de Lipstadt representan una posición política defendida apasionadamente, a tal punto que quienes la sostienen están dispuestos también a negar las críticas factuales. David Irving demandó ante la Justicia a sus críticos. Pero Daniel Goldhagen, que (en Los verdugos voluntarios de Hitler) escribió una interpretación judía del Holocausto rechazada casi en forma unánime por los historiadores en la materia, trató de silenciar a sus críticos y lo mismo hicieron sus defensores. Es significativo que el mismo historiador Christopher Browning haya sido convocado por la defensa tanto en el caso Irving como en el de la controversia sobre Goldhagen.

En realidad, mucho antes del juicio Irving-Lipstadt yo traté de explicar su naturaleza.

Permítaseme una autocita: si faltan las pruebas o si los datos son escasos, contradictorios o sospechosos, es imposible desmentir una hipótesis, por improbable que sea. Las pruebas pueden mostrar de manera concluyente, contra quienes lo niegan, que el genocidio nazi realmente tuvo lugar, pero aunque ningún historiador serio dude de que la "solución final" fue querida por Hitler, no podemos demostrar que verdaderamente él haya dado una orden específica en ese sentido. Dado el modo de actuar de Hitler, una orden escrita semejante es improbable y no fue encontrada. Por lo tanto, si desbaratar la tesis de M. Faurisson no resulta difícil, no podemos, sin elaborados argumentos, rechazar la tesis enunciada por David Irving.

Esa es la esencia del problema. Habría sido más cómodo que Irving pudiera ser acusado simplemente de negar Auschwitz o de mentir sobre Hitler. Pero él no lo hizo.

Sostuvo que Hitler no quería, o no era responsable del Holocausto, porque no existe un documento escrito por Hitler que ordene la eliminación de los judíos, y las argumentaciones de Irving, basadas en un conocimiento notable de la documentación, obligaron a gran parte de los historiadores a reconocer, aun a regañadientes, que no existe semejante documento. Con razones óptimas, el consenso que prevalece entre los historiadores individualiza en Hitler al responsable de la "solución final" pero su argumentación modificó la interpretación histórica del Tercer Reich. Además, él no niega que millones de judíos perecieron entre 1941 y 1945. No niega tampoco que un gran número de judíos fue deliberadamente exterminado, y no sólo víctima del cansancio, el hambre o enfermedades.

Lo que hace más bien es concentrarse en sembrar la duda respecto de muchos de los "lugares comunes" acerca del Holocausto -lo que podríamos llamar la retórica pública, o la versión hollywoodense del Holocausto, gran parte de la cual no proviene de los historiadores serios que indagaron sobre ese terrible tema. Y por ende algunos de ellos, como bien sabe cualquier especialista en esta área, tienen una postura de apertura respecto de las críticas.

Podríamos preguntarnos: ¿cuál es la relevancia del caso jurídico "Irving contra Lipstadt" para los historiadores? Ninguno de los protagonistas es un típico exponente de la profesión histórica. El señor Irving es un cruzado de su causa. Si no se hubiera identificado con la causa de la Alemania hitlerista, las familias de las personalidades nazis no le habrían dado acceso a los documentos que antes habían negado a otros estudiosos o que les habían ocultado. De este modo se volvió un experto en la materia. La señora Lipstadt no es una historiadora profesional y su reputación en este campo es modesta. No se puede pasar por alto que optó por no declarar en el juicio y no exponerse al interrogatorio de su adversario.

En efecto, muchos de los nombres importantes en la historiografía sobre el Tercer Reich y la destrucción de los judíos europeos estuvieron ausentes del caso. Es improbable, obviamente, que apoyaran a Irving pero también es improbable que aceptaran la excesiva simplificación del libro de Lipstadt. Y sin embargo, su ausencia o reticencia es preocupante. No se puede permitir que el debate público sobre materias de una importancia tan grande se desarrolle esencialmente entre defensores de causas políticas.

Pienso que el silencio de los estudiosos expresa las pasiones y las contradicciones que asaltan a los historiadores que abordan temas sobre los cuales para muchos de nosotros la neutralidad es imposible aún hoy, en el momento en que escribimos. Esto es más que evidente en el caso del régimen o de los regímenes que produjeron el Holocausto.

Permítaseme repetir lo que escribí en otra oportunidad a propósito del "Historikerstreit" (controversia entre historiadores alemanes) de 1980: "En la polémica se planteaba si toda postura histórica con respecto a la Alemania nazi que no fuera de absoluta condena no implicaba el riesgo de rehabilitar un sistema profundamente infame, o no mitigaba, en todo caso, las acciones nefastas... la fuerza de un método así es tal que, mientras expreso estos conceptos, con cierto malestar me doy cuenta de que podrían ser interpretados como el signo de cierta "morbosidad hacia el nazismo" y por lo tanto se vuelve necesaria alguna forma de rechazo" ("De Historia", 275-6). Estos sentimientos siguen siendo fuertes hoy y pueden incluso ser reavivados por el retorno a la vida pública, incluso a veces al gobierno, de políticos o partidos identificados con el pasado nazi, o descendientes del mismo, como sucedió hace poco en Austria.

El caso "Irving contra Lipstadt" tiene que ver con la más emotiva de todas estas cuestiones, la llamada "negación del Holocausto". Y sin embargo, la misma expresión pertenece a una era en que la condena moral reemplazó a la historiografía.

Justamente como el debate, si es que se lo puede llamar así, sobre el que debe decidir un tribunal británico. Dicho debate pertenece a la esfera de la parcialidad política. Más allá de las incertidumbres que rodean el tema, no es posible, y nunca lo fue, negar la evidencia del genocidio de los judíos (y los gitanos) perpetrado, mientras estuvo en condiciones de hacerlo, por la Alemania nazi. Ningún historiador que lo sea habría considerado necesario impedir la publicación de intentos evidentemente vanos de negar lo innegable o de crear un delito de "negación del Holocausto", como sucedió en Alemania. Por otra parte, ningún historiador serio negaría que hay lagunas o imprecisiones -en cuanto a los hechos, números, lugares, motivos, procedimientos y muchas otras cosas- que rodean la historia del genocidio.

El estudioso serio del tema, por lo tanto, trata el genocidio como un área de estudio donde desacuerdo y discusión, aun acerca de los aspectos más indecibles –por ejemplo el número de las víctimas, o la naturaleza y el alcance del uso del gas Zyklon- B son naturales e indispensables-. No puede reducir su función esencialmente a la denuncia o a la definición y la defensa de una versión aceptada de la verdad. Y sin embargo, ése es justamente el peligro en algunas lecturas del Holocausto sostenidas apasionadamente, sobre todo las versiones que, a partir de los años 60, fueron transformando cada vez más la tragedia del pueblo judío de la Europa continental durante la Segunda Guerra Mundial en el mito legitimador para el Estado de Israel y su política.
Como a todo mito legitimador, la realidad lo incomoda. Además, cada crítica del mito (o de las políticas por él legitimada) está destinada a ser calificada de algo similar a la "negación del Holocausto". Los historiadores serios del Tercer Reich, que son de una calidad poco común, no tienen tiempo ni para Irving ni para Lipstadt. Nunca hubo dudas sobre el hecho de que rechazan el intento de Irving de distanciar a Hitler de la "solución final", o el intento nazi de minimizar o mitigar, por no decir negar, el genocidio. Por otra parte, como bien lo prueba su casi unánime reacción a la publicación del libro de Goldhagen, también rechazaron lo que Ian Kershaw llama "una interpretación simplista y desviada del Holocausto". Y sin embargo, cuando los abogados de los asesinos enfrentan a los abogados de las víctimas, qué difícil es, aun después de más de medio siglo, condenar con equidad los errores de ambos, aunque por diferentes razones. El silencio es más fácil. Claramente, algunos eligieron ese camino.

¿Estoy acertado? ¿O tenían razón aquellos pocos estudiosos que decidieron aceptar la invitación de la defensa, sobre todo para desacreditar las afirmaciones de Irving, aunque indudablemente conscientes de las carencias de Lipstadt? Estas preguntas no pueden hallar respuesta en tanto no se publiquen todas las actas del proceso. Serán, seguramente, la base de uno o más libros. Mientras tanto, la reticencia de los buenos historiadores dejó la impresión de que la única crítica pública a la falta de criterios profesionales en gran parte de la difusión del Holocausto proviene de un admirador de Hitler.

En todo caso, estas son cuestiones que demandan un juicio político, que puede estar en conflicto con el juicio histórico. Este es el tema sobre el cual quiero atraer la atención. La profesión del historiador es inevitablemente, y algunos dirían por su propia naturaleza,política e ideológica, aunque lo que un historiador dice o puede no decir depende estrictamente de reglas y convenciones que requieren pruebas y argumentos. Y sin embargo, convive con un discurso aparentemente similar acerca del pasado en el cual estas reglas y convenciones no se aplican; y donde se aplican por el contrario solamente las convenciones de la pasión, de la retórica, del cálculo político y de la parcialidad. Pero el siglo XX fue un siglo de guerras religiosas, durante el cual fue normal para los historiadores considerar que debían juzgar en base a los criterios de su profesión o en base a los de su propia fe.

El caso que traté es típico de un período así. Y no es el único. Las pasiones de esta era se debilitaron pero todavía no desaparecieron. ¿Cómo deberían comportarse los historiadores? Las reglas de nuestra profesión deberían vedarnos decir lo que sabemos que es erróneo o sospechamos profundamente que lo es, pero la tentación de refrenarnos de decir lo que sabemos que es cierto sigue siendo muy grande.

Aun los que nunca tomarían en consideración la "suggestio falsi", pueden encontrarse vacilando en la pendiente que lleva a la "suppressio veri".

No existe posibilidad alguna de que en cincuenta o incluso cien años la memoria del Holocausto pueda morir, pero esto no se deberá de ninguna manera al caso al que acabo de referirme. Espero realmente que los historiadores que se topen con el caso "Irving contra Lipstadt" en sus investigaciones lo consideren como una exposición perteneciente a un museo de antiguedades intelectuales olvidadas desde hace tiempo.

Pero para los historiadores de hoy, todavía plantea serios problemas de juicio profesional y moral. Aún nos queda un poco de camino por andar para emanciparnos de la herencia intelectual de la era de las guerras religiosas que dominó el siglo XX.

Tal vez debamos hacer el intento de acelerar nuestra emancipación.

(c) La Repubblica Clarín, 2000. Por Eric J. Hobsbawm.

Traducción de Cristina Sardoy

Clarin, Buenos-Aires, Domingo 02 de abril de 2000

Vease Actualidades de Inglaterra : El proceso Irving
La dirección electrónica de este documento es:
http://aaargh-international.org//espa/actualidad/hobsbawm.html"

Ver además: Cuadernos del CLAEH Nro. 93 Montevideo, 2da serie, año 29, 2006-2 Pp 171 y Ss.


domingo, 17 de junio de 2012

El fútbol como manifestación del capitalismo

Francisco Umpiérrez Sánchez

“El simple contacto social engendra en la mayoría de los trabajos productivos una emulación y una excitación propia de los espíritus vitales que incrementan el rendimiento individual de cada uno, de suerte que una docena de personas juntas rinden en una jornada laboral de 144 horas un producto total mucho mayor que 12 obreros aislados, cada una de los cuales trabaja doce horas, o que un obrero que trabaja doce días seguidos. Esto se debe a que el hombre es por naturaleza, si no un animal político, como opinaba Aristóteles, sí un animal social”. Karl Marx. El Capital.
Lo social y lo privado
Marx no cesó de señalar el carácter social de los procesos económicos y el carácter privado de sus rendimientos. Dicho de forma muy sencilla: en todo lo que ocurre de grandioso en el mundo son siempre muchos los que trabajan, pero al final terminan aprovechándose sólo unos pocos. Hoy día la vida de masas se manifiesta en muchos fenómenos sociales, pero su aprovechamiento, sus mayores rendimientos, sigue teniendo un carácter privado. Demos un primer dato sobre el Mundial de Fútbol de Alemania 2006: la audiencia acumulada al finalizar el torneo ascenderá a 33.000 millones de telespectadores. Se destaca así de forma abrumadora el carácter eminentemente social de este evento. Demos ahora un segundo dato: La FIFA ingresará 1.800 millones de dólares procedentes de proveedores y de derechos de televisión. Se destaca ahora, por el contrario, el carácter privado del aprovechamiento de sus resultados. Esto es un hecho que caracteriza la esencia del capitalismo: algo sucede por obra de los muchos, pero son unos pocos quienes se aprovechan y de modo desproporcionado.
El fútbol como fenómeno de masas
A la gente le gusta estar con la gente y asistir a un estadio de fútbol es un medio para dicho fin. No es lo mismo ver un partido de fútbol solo que acompañado de decenas de miles de personas. Para los futbolistas tampoco sería lo mismo. La masa social da vida, alegría y entusiasmo. La pregunta sería ahora por qué hacer vida de masas debe costar tan caro. La afición al fútbol sale cara. Una vez un taxista me comentó que él se gastaba al mes doscientos euros en fútbol: en asistir al estadio dos veces al mes, cuando su equipo jugaba en casa, y en comprar los partidos televisados más interesantes. Además, como él mismo me comentó, el aficionado siempre termina financiando al club de varias maneras: comprando acciones, que nunca le van a arrojar dividendo alguno, camisetas, bufandas, gorras, etcétera. También las peñas de fútbol, que acompañan al equipo cuando éste juega fuera, se gastan sus buenas sumas de dinero. Así que hoy día las masas futboleras se han convertido en una fuente muy importante de financiación de los clubes de fútbol.
El fútbol y la enajenación
Sin duda que el mundo de hoy está muy mal. Hay demasiadas desgracias. Si la gente, después de acabar la jornada laboral, se pusiera a pensar en el mundo y sus males, se hundiría en el pozo de la depresión. Así que necesita de medios que le hagan olvidar las desgracias y le alegren un poco la vida. El fútbol es uno de esos medios. Está así la gente fuera de sí misma, dominada por una pasión de la que participan las grandes masas, olvidada de los problemas que le agobian día a día. Es un momento de respiro, aunque de un respiro enajenante.
Enajenarse, sin duda, que no es bueno. Pero en ocasiones es necesario. Si acabáramos con los males que azotan a la humanidad, la necesidad de enajenarse caería en picado y todos seríamos realmente más libres. Pues no debemos creer a los teóricos burgueses, expertos en sistematizar la vida superficial y en justificar el orden existente, cuando nos presentan a la sociedad capitalista como una sociedad libre, sin señalar que esa libertad es enajenante. Y enajenarse es perderse uno de sí mismo o vivir algo para no ver otra cosa u olvidarse de ella.
El fútbol y las señas de identidad
Todos los clubes de fútbol se convierten en señas de identidad de sus abnegados y sacrificados aficionados. Pero además de eso, se convierten en señas de identidad de una localidad, de una ciudad y de una nación. Cuando se celebran los mundiales de fútbol, cada equipo se convierte en representante de una nación. Y es entonces cuando las banderas nacionales ondean en los estadios y cuando los colores nacionales visten a los aficionados. Aunque los futbolistas tienen el honor de representar a una nación, no lo hacen por amor a la nación, sino por amor al prestigio y al dinero. Los futbolistas españoles, sin ir más lejos, si hubieran ganado el mundial, cada uno de ellos hubiera percibido 540.000 euros. Y son un total de 23 jugadores. Así que todo tiene un precio, incluso la defensa de los colores nacionales. Es la victoria del dinero sobre la nación.
No nos engañemos sobre la realidad dejándonos llevar por el entusiasmo futbolero. No seamos tan superficiales hasta el punto de creer que la selección española une a los españoles. No creamos en esos símbolos y apariencias, creamos en el contante y sonante dinero, que es el más importante y poderoso de todos los símbolos. Esto todo el mundo lo sabe: el fútbol se ha convertido en un enorme negocio. El mundial de Alemania es el más comercializado de todos los mundiales: el volumen de negocio que moverá ascenderá a 12 mil millones de dólares y los premios a repartir entre las 32 selecciones superarán los 260 millones de dólares.
El fútbol y la energía de masas
Cuando se observa la cantidad de personas que se mueven en torno al fútbol, el tiempo que le dedican, la pasión e interés que ponen en ello, uno no puede dejar de pensar cómo se podría cambiar el mundo si esta enorme energía de masas se empleara para fines más trascendentes: acabar con la pobreza, las guerras, las discriminaciones, etcétera. Pero esto no sólo sucede en el fútbol: se observa también en las celebraciones religiosas y en los eventos musicales. Hay ahí unas enormes energías de masas empleadas, no para transformar el mundo, sino para divertirse y enajenarse. Esto nos da una idea de hasta que punto la irracionalidad domina nuestras vidas y cuánto derroche, no sólo material sino también espiritual, se produce en los países supuestamente más avanzados y civilizados del mundo.
La confluencia de intereses en torno al fútbol
En el fútbol se han fundido hoy día muchos intereses: los de los propietarios de los clubes, los de las empresas deportivas, los de las empresas publicitarias, los de los medios de comunicación y los de los propios futbolistas. Es una máquina de intereses que sólo se preocupa de cómo sacarles a los aficionados y amantes del fútbol la mayor cantidad de dinero de los bolsillos. Esta alianza hace que los unos protejan y justifiquen a los otros. Así el antiguo dueño de un club de fútbol como el Real Madrid, Florentino Pérez, acostumbrado a ganar muchísimos millones de euros al año, ve razonable que los jugadores ganen igualmente muchísimos millones de euros al año. Y a su vez lo jugadores ven razonable que su club haga lo imposible por aumentar sus arcas, aunque ello suponga la explotación de los aficionados.
Jugadores y aficionados
Eric Hobsbawm, prestigioso historiador marxista, en una entrevista publicada en Rebelión el 27 de junio de 2006, se expresaba a tenor de este tema en los siguientes términos: “Pero el fútbol, en general, está dominado por un puñado de equipos europeos, como el Manchesterd United, el Real Madrid, el Milan, etcétera, que, desde los años 80, reclutan a sus jugadores en todos los rincones del mundo. Algunos otros equipos europeos ganan dinero descubriendo talentos en el exterior, comprándolos baratos y revendiéndolos a los grandes. Eso viene ocurriendo con frecuencia con jugadores brasileños y argentinos. Pero lo paradójico de esa situación es que el atractivo global del fútbol, que genera un enorme público del que las translaciones como Nike sacan beneficio, se funda en el atractivo nacional del juego”. En todo este discurso falta el espíritu crítico y faltan los verdaderos blancos sobre los que apuntar la crítica.
Los futbolistas
Cuando Hobsbawm habla de que el fútbol está dominado por un puñado de equipos europeos, plantea las cosas como si la principal contradicción en el mundo del fútbol fuera la existente entre los equipos grandes y ricos y los equipos pequeños y pobres. Pero la contradicción no es esa, sino esta otra: la existente entre un puñado de jugadores que ganan cantidades fabulosas de dinero y las grandes masas de aficionados. Los explotados no son los jugadores, sino los aficionados. Las grandes estrellas del fútbol forman parte de los explotadores. Resulta, además, que estas grandes estrellas son endiosadas por los periodistas deportivos y son puestos como ejemplo ético para la juventud, cuando en realidad no son un buen ejemplo. Porque no es un buen ejemplo enriquecerse de modo desproporcionado y a costa de explotar las necesidades de diversión y enajenación de los muchos.
La alianza de los futbolistas con las empresa deportivas
Nike, gracias al concurso de las grandes estrellas del fútbol, aumentan sus ventas y, en consecuencia, obtiene más beneficios. Y de esos beneficios cobran las grandes estrellas de fútbol. Pero esos beneficios no han sido generados por los futbolistas, sino por los empleados de Nike. La mentalidad capitalista hace caer el mayor esfuerzo sobre el que produce frente al que vende, mientras que las mayores retribuciones las hace caer más sobre el que vende frente al que produce. Así que cuanto más venda Nike, cuanto más crezcan las necesidades de esa prenda deportiva, los futbolistas que hacen publicidad de esa marca, más ganarán.
La atracción por el fútbol
Hobsbawm habla de que el atractivo global del fútbol se funda en el atractivo nacional del fútbol. Recordemos lo que decía Marx en su reflexión sobre el método de la economía política: la percepción del objeto crea la necesidad del objeto. El fútbol, como objeto de la necesidad, es fruto de la percepción continuada y reiterada por parte de la gente, percepción que la televisión y la radio no se cansan de alimentar. Y la necesidad que sienten los niños de comprar una camiseta de Beckham también esta creada porque la percepción de ese niño ha sido alimentada por los medios de comunicación. La globalización sirve, por ejemplo, para que el Real Madrid venda camisetas de Beckham por todo el globo, de la que se aprovecha el propio Beckham. Así que la atracción desproporcionada que genera el fútbol sobre el mundo es obra de la televisión y de sus intereses privados. Y de estos privados participan las grandes empresas transnacionales y los futbolistas transnacionales.
El fútbol como manifestación del capitalismo
Marx decía del capitalista que su mentalidad era del tal modo que en todo, absolutamente en todo, veía un negocio. Y para que todo se transforme en un negocio, todo debe transformarse en mercancía. Y esto ha sucedido con el fútbol. Antes el fútbol estaba en manos de sociedades deportivas y no se producía como mercancía. Pero todo cambió: los clubes de fútbol fueron transformados en sociedades anónimas y el fútbol empezó a producirse como mercancía. Ha sido una gran victoria de la propiedad privada y del capitalismo sobre la propiedad pública y el socialismo. Pero muchos recordamos cómo eran los equipos de fútbol de los países del socialismo real: sus jugadores eran nobles en la cancha, percibían un salario normal, y una vez que acababan su etapa deportiva retornaban a su trabajo. Eran estrellas y eran muy admirados. Pero no se enriquecían ni vivían como reyes a costa de explotar las necesidades e ilusiones de las grandes masas.
La economía convencional y el enriquecimiento desorbitado
¿Cómo explicar que Ronaldinho perciba anualmente 8 millones de euros del club de fútbol donde milita en la actualidad? Los economistas convencionales recurren a dos conceptos: ingresos de transferencia y renta económica pura. El ingreso de transferencia sería equivalente al dinero que ganaría Ronaldinho en otra ocupación, por ejemplo, de camarero. Mientras que la renta económica pura sería la diferencia existente entre el ingreso de transferencia y lo que percibe en concepto de sueldo y prima del Fútbol Club Barcelona. De manera que la mayor parte de lo que gana Ronaldinho es renta económica pura. Para rematar esta concepción los economistas convencionales hablan de individuos únicos. Así que Ronaldinho es un individuo único y por esa razón gana lo que gana. La cuestión estaría, si quisiéramos evitar esta injusticia, en encontrar otro futbolista que hiciera lo mismo que Ronaldinho pero que cobrara menos. Así razonan los economistas convencionales. Pero en verdad los conceptos de ingresos por transferencia y renta económica pura no explican para nada por qué Ronaldinho se enriquece del modo tan exagerado como lo hace. Por el contrario, esas categorías sólo sirven para confirmar el orden existente y justificar el enriquecimiento desproporcionado. ¿Qué sabemos acerca del valor y su naturaleza llamando renta económica pura a la diferencia que hay entre lo que Ronaldinho ingresa como futbolista y lo que ingresaría como camarero? Nada, pero nada de nada. Sólo tenemos un nombre. Pero como dijera Marx: nada sé de una cosa sí solo sé su nombre.
Las categorías económicas y las relaciones entre las personas
Los economistas convencionales toman las categorías como si expresaran cosas o propiedades de las cosas, mientras que los marxistas las toman como expresión de las relaciones entre las personas. Antes el fútbol televisado era gratuito. No tenía precio. No era una mercancía. Así que las relaciones entre los clubes de fútbol y los televidentes no eran mercantiles. Pero una vez que esas relaciones de no mercantiles pasaron a ser mercantiles, los partidos de fútbol televisados adquirieron un precio. Así que una parte de los grandes ingresos percibidos por los clubes de fútbol, los derechos por retransmisiones deportivas, se explica porque han cambiado las relaciones económicas entre las personas. Pero para que la retransmisión televisiva de los partidos de fútbol se convirtiera en mercancía tuvo que producirse previamente dos cosas: por un lado, la aparición de las cadenas de televisión de propiedad privada, y por otro lado, la transformación de los clubes de fútbol en empresas capitalistas. Así que los desorbitados ingresos de los clubes de fútbol se deben a que las relaciones económicas entre las personas ha cambiado: de ser meramente deportivas a ser capitalistas. De manera que los ingresos desorbitados de Ronaldinho no se explican por medio del concepto de renta económica pura, sino por la constatación de que las relaciones económicas entre los hombres han cambiado. Basta con dejar de producir el fútbol como mercancía y Ronaldinho dejaría de percibir el dinero tan exagerado que percibe.
Los cambios económicos y la costumbre
Todos estamos acostumbrados a ir a la playa, tumbarnos en la arena a coger el sol y a bañarnos en el mar. Todo eso no cuesta nada. Es un bien público y todos lo disfrutamos. No obstante, en el lugar donde vivo hubo un tiempo en que ciertos sectores empresariales hablaron de la necesidad de que el disfrute de ese bien público tuviera un precio. ¿Por qué? Porque al Ayuntamiento le cuesta dinero mantener la playa limpia, mantener en funcionamiento los balnearios y acometer todas las obras de infraestructuras necesarias para el correcto disfrute de ese bien. Los capitalistas suelen hablar de este modo: al Ayuntamiento le cuesta dinero. Pero resulta que el Ayuntamiento es la representación objetiva de la sociedad, de manera que a quien le cuesta dinero es a la propia sociedad. Y si es a la propia sociedad a la que le cuesta dinero, es la propia sociedad quien debe disfrutarla.
Supongamos, no obstante, que esa tendencia se afianza y los capitalistas logran transformar a la playa en una mercancía y se deja en manos de una empresa privada su explotación. A partir de entonces ir a la playa costaría una determinada cantidad de dinero. Supongamos ahora que han pasado veinte años desde que se produjo ese cambio. Las personas que tuvieran quince años les parecería normal pagar una determinada suma de dinero por ir a la playa. Les parecería normal que como la empresa que explota la playa tiene una serie de gastos, cobrara lo que tuviera que cobrar. Se trata sólo de que observen cómo al cambiar las relaciones sociales entre los hombres, puesto que la transformación de la playa de un bien público en un bien privado es un cambio en esas relaciones, un sector de la sociedad se enriquece, la empresa que explota ese bien, mientras que el sector mayoritario de la misma, la que hasta ese entonces disfrutaba gratuitamente de la playa, ve mermada su renta disponible. Y la costumbre hace pasar por normal lo que no es normal. Puesto que para la izquierda lo normal es que las relaciones económicas entre los hombres sean socialistas, mientras que para la derecha lo normal es que las relaciones económicas entre los hombres sean capitalistas. Dicho de forma más gráfica: la izquierda quiere que las personas no se exploten los unos a los otros, mientras que la derecha quiere que unas personas exploten a otras.
Algo semejante ha ocurrido con la televisión y con el fútbol. Antes, al menos en España, eran bienes públicos. Pero con la profundización de la democracia, con la profundización de la libertad, se convirtieron ambos en bienes privados. Lo que sucedió fue que las grandes masas no se movilizaron para frenar esas privatizaciones y la izquierda no lo impidió. Cuando EEUU se disponía a atacar militarmente a Irak, millones de personas salieron a la calle para protestar e intentar impedir esa agresión. Desgraciadamente falta en la gente la conciencia de que las privatizaciones son tan graves como las guerras. Nos despojan de nuestros bienes y nosotros dejamos que lo hagan.
Las restricciones económicas
Primera restricción. Nadie duda de que la publicidad sea una agresión y que haya en exceso, sobre todo en la televisión y en la radio. Se ha prohibido en los márgenes de la carretera porque afeaba al paisaje. Del mismo modo se debía prohibir la publicidad estática en los estadios y la publicidad en las vestimentas deportivas. Puesto que las empresa no tienen derecho a estar constantemente bombardeándonos para excitarnos a consumir.
Segunda restricción. Debería quedar prohibido que cualquier famoso haga publicidad a favor de cualquier producto. Puesto que sabemos que no hace publicidad de ese producto por las cualidades que tiene, sino por el dinero que le paga la empresa que vende ese producto. Todo no puede ser vender y vender.
Tercera restricción. Los precios de las entradas de fútbol deben se establecidas por el Estado. Y para ello los clubes de fútbol tienen que retornar a ser sociedades deportivas y dejar de ser sociedades anónimas. Los precios de las entradas de la final del mundial de Alemania 2006 ascienden nada menos que a 768 dólares. Esto es una forma descarada e impune de explotación de masas. Con todo esto debe acabarse.
Con estas medidas no se están restringiendo las libertades de nadie, sino cambiando las relaciones económicas entre las personas, de manera que los pocos no exploten a los muchos. Como dice Marx en la cita que encabeza este trabajo: el hombre es un ser social. Pues bien, los frutos y los disfrutes de los grandes acontecimientos sociales también deben ser sociales.
Es necesario limitar los ámbitos de existencia de las formas mercantiles. Todo no puede ser mercancía ni todo se puede convertir en un negocio. Esta sociedad capitalista que se presenta a sí misma como defensora de los derechos humanos, que no cesa de vociferar que no hay valor más grande que el propio ser humano, pues bien, que libere al hombre de la deshumanización mercantil y monetaria, que cree espacios donde quede prohibido absolutamente la existencia de las formas mercantiles.