Aquel día en el tiempo. Cuando en un pedazo de espacio
marque nuestro último pasaje por las calles. ¿Cuándo será nuestro última bajada
por 18 de julio?, ¿Cuando pateare la ultima pelota que tiernamente bese la red?
¿Cuándo plasmare con letras mi última frase de amor? ¿Cuándo será mi última
noche de sueños? ¿Cuando la razón revolverá el mar de mi inconsciente para
plasmar mi última idea?
¿Cuándo miraré a mis hijos con todo el razonable peso cultural de querer explicar
sus actitudes, sus comportamientos y toda la fantástica explicación de las
cosas que suceden y pasan por la frágil retina de nuestros ojos?
Quizás sea en aquel instante. Cuando nuestros recuerdos, los
mismos u otros, se acumulen en la memoria fugaz de aquellos que seguirán con
memoria. La mía perecerá en la nebulosa tiniebla del olvido.
La parte buena del asunto quizás sea que no habrá más
preocupaciones, ya no hay que hacer camas, lavar platos, limpiar las cacas del
gato, esperar en el consultorio del dentista a que te taladren una muela, ni
hacerte mala sangre cuando el mecánico del auto te dice que lo reparó, te cobra
una fortuna y sigue perdiendo aceite, ni sonarte la nariz cuando te resfrías. Y
ya no te dolerá más nada. No habrá más humos de cigarrillo para el aparato
respiratorio.
Es que la muerte a diario juega a la escondida con los
humanos. Duda. Pero se hace presente para recordarte que hay un espacio donde
siempre está. Siempre contrata algún nuevo peón para su cosecha y desde lejos
se ríe en forma sarcástica. Te insinúa una y otra vez a que prepares el
equipaje, aunque no es necesario ninguno de los tantos materiales que has
venido acumulando durante todo el tiempo. Ni diarios, ni materiales escritos,
ni cajas llenas de libros, ni bibliotecas con guías prácticas. Ni si lograste
cumplir tus sueños.
No hay concursos ni llamados, ni siquiera hay que presentar
curriculum, tampoco pide referencias. El único requisito es haber vivido. Es
tan solo haber tenido apenas unas cuantas células llenas de chispeante energía.
No se mide de acuerdo a cuantas vueltas diste con la tierra alrededor del sol,
no es necesario ni siquiera haber visto el sol, ni haber escuchado ruidos, ni
haber palpado algo con los sentidos de la mano.
No es necesario, no, ni siquiera haberte rascado una pierna.
Haber pegado algún moco debajo del banco, ni siquiera haber sentido culpa por
alguna macana para que la muerte te premie con la nueva vida espiritual.
No averiguará a quien votaste, ni de qué partido eres. Ni si
fuiste odiado o una gran persona. Ni siquiera si tuviste títulos, si hablaste
mal a alguien o si escribiste bien. Ella siempre estará. No es necesario haber
contribuido con la naturaleza ni haberla roto a pedazos.
No es necesario ser joven ni viejo, llega cuando menos la
esperas, algunos van hacia ella, otros inconscientemente la llaman en
silenciosa inocencia. Hay quienes la encuentran escapando de ella.
No pregunta si tenes amigos, si tienes hijos, si son muchos
tus enemigos. Si jugaste al fútbol o si alguien sufrirá cuando te rapte.
Nada es necesario. Siempre nos encuentra y a veces nos
sorprende. A veces la lloramos otras la reflexionamos pensativos, con miedos y
con toda nuestra incapacidad para querer comprenderla.
Inexplicable. Siempre será ajena a todo tipo de lógicas.
Jugaremos a las cartas con ella, no habrá destinos, ni suertes. Ella siempre
será. Permanecerá allí mirándome fijo o de reojo mientras escribo, mientras
lloro, mientras me río o mientras cante y me divierta, o mientras me burlo de
ella. Seguro mirará hacia atrás con deseo, mientras acarrea sigilosamente a
algunos de mis compañeros, vecinos, maestras, laburantes de mi entorno o viejos
sabios de mi pueblo, en el sendero hacia la luz.
Esta es apenas una humilde vela encendida en la inmensidad
del espacio a todos aquellos seres que nos hablan en nuestros sueños, que en un
instante eternos colocan en nuestra cabeza una secuencia magnifica de imágenes
de un tiempo que se fue y que se han convertido en incandescentes fuegos para
nuestros motores vivos dentro de este misterioso viaje al que llamamos VIDA.
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