EL JUEGO DE BOLILLAS
Con un "último" comenzaba el envite. Pisábamos en la tierra hasta enterrar la bolilla y allí surgía el popular "hoyito" que si se hacía muy grande lo llamaban: "haaa... eso es una cacerola" y muchas veces hasta había que marcar varios, porque cabía la posibilidad de que alguno de los participantes del juego lo tuviera "tanteado".
El artefacto era largado de a dos o tres metros del hoyo. La bollila mas cercana a este comenzaba la soberana acción de introducirla dentro del hueco. "Toy pa ese buri changa" gritaba el dicho. Posteriormente a la introducción había que pisar sobre el hoyo y tirar a "chantar" a la del contrincante. Después de que "tenías hoyo" la cosa no se complicaba tanto salvo si nos "regalábamos" y nuestro rival la introducía y nosotros la habíamos dejado cerca, y siempre y cuando no estuviera en la relativa "cuarta" que generaba tantos problemas.
La cuarta era una medida que debía realizarse estirando al máximo los dedos pulgar y meñique. Pero el tema pasaba también porque el rival tenía la única posibilidad de terminar el juego pisando el hoyo y chantandonos la bolilla y de ser algo exagerado gritar "pagate". Las reglas siempre fueron laxas o al menos nos las ingeniábamos para no respetarla. Estaban aquellos que hacían hoyo y al momento de tirar se arqueaban un poco realizando la clásica "caída", una inclinación del cuerpo para aproximarse a la bolilla del rival y con mas posibilidad de "chantarla".
Cualquier trocito de tierra servía para jugarlo, y no importaba el "tingue" que tuvieras aunque era una risa completa si tenías el "tingue culito de gallina" una rara articulación de los dedos en la que la bolila quedaba en el dedo medio o mayor, e indice arroyado pero un poco mas estirado. En la mayoría de los tinges, el impulso lo daba el pulgar. Había otros raros en los que la bolilla era puesta en la uña del dedo medio y debajo del pulgar. El medio la impulsaba increíblemente, pero con solo ver a quienes jugaban así daba la sensación de que sería ganga fácil, sin embargo había expertos en el tiro que se llenaban las bolsitas de torpes y chambones.
Las que nos aproximaban a la victoria eran las "punteras" denominación que le dabamos a una bolilla que hacía malabares, cuando hacíamos ciertas "brujerías", los gurises hasta les exhalaban tres veces o alguna que otra artimaña o cábala para poder chantar y aunque a veces fallábamos en el tiro nunca las abandonábamos, así como tampoco dejábamos de guiñar el ojo para tomar la puntería. Las punteras tanto como las de color y raras había que chantarlas varias veces (entre 4 a 6) veces para ganarlas o pagarlas. Después estaban las cachadas que no eran aceptadas "No las recibo" en la troya principalmente y que eran discriminadas llamadas "mediocacho", otro juego con bolillas que causó furor porque se podía jugar por muchas bolillas aunque también al hoyo podíamos pagar varias. Pero la troya tenía su lugar y en ocasiones llegábamos a jugar por 25 en una partida.
Estos juegos no han cambiado en demasía, aunque en los diferentes departamentos las nombres como canicas u otro y los tinges como las formas de tirar sean diferentes el juego se mantuvo y hoy puedo oír al pasar por las escuelas los clásicos sonidos que son vertidos desde los bolsillos de las túnicas al chocar las bolillas de los niños que en cualquier barrio de Quebracho se paran detrás de una intentando satisfacer el deseo de ganar algunas más para la colección.
Pequeñas Historias de nimios juegos
No se porque tengo esa tendencia a volver al pasado con mi imaginación, ¿Por qué pesa tanto en mi presente ese pasado? Algo debió ocurrir, no es que siempre lo haga porque también me preocupa, e invierto tiempo en pensar en el futuro. Sin embargo tengo necesidad sobrehumana de plasmar los recuerdos y darles vida, materializarlos a través de las palabras y que puedan servir para algo. Aunque pienso más en calmar mi pensar, en este acto tan egoísta, que en que alguien pueda leerme, me da igual si no lo hacen, solo quiero que quede esto y descargar esa mochila de recuerdos.
Hoy vuelvo a mi niñez para saber porque pienso lo que pienso, porque soy como soy, porque me equivoco, por que soy tan sensible. Me hago muchas preguntas dentro de esta cabeza inquieta que a veces intento responder. Sin embargo quiero recordar aquel juego que fue furor entre los vecinos y que fundé hace algunos años. Como mi madre cuidaba mucho de nosotros y salíamos muy poco a los lugares donde concurrían nuestros amigos, que generalmente, era para jugar a la escondida, al fútbol y al "family games". Por lo tanto teníamos que poner la creatividad en la organización de los juegos. Una mañana aprovechando de las más de cien bolillas que tenía, (muchas de ellas regaladas por mi difunta abuela Violeta que había coleccionado de alguno de sus hijos, ya que no fui un buen jugador y generalmente las perdía en cualquiera de los juegos entre ellos también en "la troya") me desperté algo creativo y observé la geografía de un pequeño patiesito del frente de casa y sus casi treinta baldosas acanaladas a lo largo desde la pendiente hasta el bajo. Esto permitió que comenzaran las tan populares "carreras de bolillas". Una baldosa con siete canaletas eran escogidas dentro de las que tuviera menos obstáculos de chicles duros pegados en ellas y "caries" que provocaran el tranque de alguna bolilla. Allí comencé a jugar en soledad mientras cuidaba el ingreso al almacén y gritaba "geeenteee" a mi madre cuando el cliente se aproximaba.
Más tarde comenzó a hacer furor el juego y se aproximaron los niños vecinos, los reglamentos y la llegada de bolillas que sus dueños traían para largar y verlas desplazarse aprovechando la inclinación hacia el oeste. La incipiente "timba" se hizo presente ocasionada cuando el dueño de la ganadora se llevaba las demás bolillas perdedoras. La largada era con una maderita muy recta y cuando comenzaban a correr la gritería provocaba la perdida de control, de tal manera que la gente ingresaba al comercio y sencillamente no los veía. Increíblemente este echo un día enervó tanto a mi madre que fui testigo de como las bollilas corrían 18 de julio hacía abajo de la misma manera que de mis ojos algunas lagrimas, a causa de no haber cumplido con mi tarea de cuidar el almacén.
Luego de desaparecer el histórico casin una vieja bola quedò como único testigo y recuerdo de aquel mastodonte de cuatro patas. Esa bola servía en mis campeonatos para que la campeona de las cien se dirimiera en el duelo. Solo una de ellas logró ganarle y se transformó en todo un hito para el juego, nuestros vecinos querían comprárnosla, ofertaban muchas bolillas para el canje pero nos mantuvimos, junto a mi hermano, fuertes ante las ofertas. Nada podía pasar para dejar ir a semejante campeón. Nadie le quería correr, no tenia rivales, los demás gurises compraban las flamantes pero ninguna pudo dar en el clavo. Increíble pero real y así se mantuvo el juego que en principio lo vinculábamos al ciclismo porque cada bolilla tenía nombre de ciclistas, pero después se transformaron en caballos. Nada será igual pero las bolillas seguirán corriendo en la memoria de aquellos niños, hoy ya hombres, cuando recuerden este pequeño retazo de nimias historias y despierten a aquel niños que llevamos dentro.
Recuerdos de aquel niño
Escribir una terapia instantánea para aplacar las ideas, para darle vida a los más íntimos recuerdos, recuerdos de aquella niñez. Quebracho parecía insignificante, o al menos todas las cosas nos llegaban por los sentidos y nuestro mundo fueron los primos, los amigos, los juegos que inventábamos cuando la creatividad estaba a flor de piel. No recuerdo cuantos años tenía cuando mis viejos nos regalaron una innumerable cantidad de piezas de diferentes colores que servían para armar objetos autos, casas, robots u otros productos de la inventiva. Sin embargo las coloqué por similares colores y comenzó la loca idea de jugar al fútbol sobre la cancha de 8 x 3 baldosas.
Ese fue el comienzo, luego fueron las chapitas de los refrescos que se acumulaban debajo del tablón del bar, las que eran rescatadas y pintadas en su interior para determinar a que equipo pertenecían, el número de la "camiseta" y de esa forma jugué mi primer mundial con los 24 equipos de chapitas. Algunos lo llamaron "tinguibol" nosotros lo llamamos "fútbol de chapitas" un pequeño dado oficiaba de balón y dos maderitas en cada una de las dos esquinas de una baldosa simulaban el arco.
Mas tarde los jugadores fueron creciendo, al igual que la cancha y contábamos con varias canchas y lo "regionalizamos". El crecimiento se debió a que fuimos incrementandole juguetes, muñecos, maderas, clavos y de todo tipo de objetos. La chapita pasó a ser la pelota y los mejores jugadores eran aquellos la levantaban pues servían para colocarlas en los ángulos de las cajas en algún que otro tiro libres y podían sobrepasar las maderas mas grandes que bien podían haber servido para frenar a un auto, pero que paradas a una cuarta de distancia del balón era un obstáculo importante aunque no tanto para dos o tres objetos que como un martillo rojo de juguetes que fue rápidamente denominado como "el mejor jugador del mundo" en varias oportunidades, también para un llano objeto al que llamamos DIVA, ni para "Bengoechea" un plástico poco utilizado en la cocina para separar la clara de la yema de huevo y que la publicidad entonaba "la clara cayo... la yema quedó".
Los arcos pasaron a ser cajas de whiskys que fueron quedando vacías en casa y que servían además para guardar todos los artefactos al finalizar el campeonato, la entrega de premio de los goleadores y cuyo registro llevábamos en cuadernos que aún archivo en casa.
Por otro lado el bar siempre contó con algún casin o carolina lo cual nos permitió jugar con las bolillas al fútbol sobre "césped" de paño. También escogíamos los jugadores mas pequeños del "fútbol grande" para llevarlos sobre la carolina y a medirlos, aunque por supuesto las reglas se iban modificando y adecuando al campo de juego y a nuevos problemas que se presentaban. Las bollilas servían en algunos casos como jugadores y en otras como balón al igual que los "minguitos", mientras que los bolillones eran los arqueros en el fútbol de bolillas.
La regionalización se debió a que varios amigos vecinos acudieron al invento de los "vecinos locos" de arriba y con sus cacharpas y muñecos forzudos, sapos que oficiaban de arqueros incrementaron los jugadores y lo mas importante mejoraron la selección que estaba pronta para medirse ante nuevos adversarios del vecindario o primos que llegaban a disfrutar del juego en las vacaciones.
Este fue tan solo uno de los juegos que la inventiva niñez nos trajo a la memoria cuando la pantalla de la televisión y los juegos de computadora todavía no habían incursionado tanto en nuestra niñez y si alguno los tenía, acceder era un suplicio y toda una negociación con nuestros viejos. Así crecimos y estos son aquellos recuerdos...