El dia me despierta, como en algunas otras oportunidades, no deje que suene el despertador para no depender de una maldita maquina. Apronte todas mis cosas y salí a encontrarme todavia con la mañana. Un sopor matinal, colgaba la mirada en la infinidad de atomos inconcecuentes, invisiblemente colgados en la inmensidad de una mirada herrante sin objetos al que mirar, sordido, imperturbable ante la naturaleza pura, inerme y con un repentina e intangible chispa de luz de un astro rey reprimido ante la inmensidad del universo, de las desparramadas nubes.
Ancle en una biblioteca polvorienta bajo una lugubre serrazòn de titulos, agonicos, desmesuradamete callados. Me encontre ante la eternidad de Benedetti. Fallecido hacìa un par de horas pero hablandome a traves de su inagotable mirada, palabra. Gesticula en una coma, intercede y cae flacido sobre otro libro de su colección. Alli espera, ante otras celebres eternidades. Hojas desarregladas, pedazos de tapas invisibles, despojadas de sus mas infimos adornos. Poemas, narraciones perdidas en un espacio sin espacio. En una conciencia inconciente de pasos transtornados. Locos. Números de paginas sumados, restados y divididos. En una rayuela infinita, neruditica y cortazistica de adverbios, sonetos y de un cosmo redimido a un minusculo conjunto de palabras, ideas. Montones de poetas y narradores se unen en un mundo insencible, frivolo y casi distante. De espaldas al lector perdido, desubicado, mirandole el culo al intelecto rectanguloide, de varias caras y diferentes formatos. Con colores opacos, amarillos, vivos pero los mas muertos. Perfido en una lectura retorcida, con la cabeza doblada que busca titulos mientras una palabra real, mundana te saca de la diversión, y la biblioteca vuelve a verse como es. Fria, distante y repugnantemente mirada. Sin darle la verdadera vida.
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