Rezo a diario para que el dinero y los
elementos materiales no apaguen la llama de la humildad que habita en este
cuerpo. Tengo mi mejor arma para combatir cualquier guerra que quiera apagar
esa llama, una lapicera para mis anotaciones callejeras que el intelecto no
quiere dejar olvidar y un papel, cualquiera sirve, a veces hasta las manos como
en aquella loca película del marqués que escribía en su cuerpo. Todo sirve para
el sano registro de nuestras vivencias cotidianas inclusive ir sentado en el
fondo del bus.
A diario necesito alguna hora para desmenuzar
el alma sensible y regalar palabras. Ha sido lo que he aprendido a hacer como
un lindo aprendizaje de la educación. No sé si con el mejor glamour de los
literatos del clan, ni siquiera ser parte de él parece ser necesario. Poco me
gusta el lucro por lo que, ni siquiera, es algo que pretendo. No sé en qué
capsula navegaba antes de esta pasión que no le había prestado atención alguna.
Rezo no muy seguido, quizás debería
hacerlo más, para que el poder, si es que a veces me lo da la escritura, puede
enceguecer la punta de mi unicornio azul raza bic que siempre lo pierdo pero
hoy abundan varias tropillas.
Mientras el mundo busca la paz haciendo
guerras y mucha gente la obtiene de otras muchas maneras, escribir es hoy por
hoy el único modo que he encontrado de estar en paz con mi cabeza. Encuentro
paz en esa galaxia gutemberg escribiendo, leyendo y también en el entorno que
fabrico con las palabras. Narrar historias de nuestra vida puede servir, me he
dado cuenta, quizás para ayudar a tantas almas perdidas a sentir nuevas
sensaciones y a recordar algún fin olvidado.
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